sábado, 20 de junio de 2009

Fragmento "Tierras de cristal" - Alessandro Baricco

Suceden cosas que son como preguntas. Pasa un minuto, o tal vez años, y después la vida responde. La historia de Morivar es una de esas cosas.

Cuando el señor Rail no era más que un muchacho, fue un día a Morivar porque en Morivar estaba el mar.
Y allí fue donde vio a Jun.
Y pensó: viviré con ella.
Jun estaba en medio de la gente. Estaban esperando para embarcarse en un navío que se llamaba Adel. Equipajes, niños, gritos y silencios. El cielo estaba limpio y se anunciaba tormenta. Extrañezas.
-Me llamo Dann Rail.
-¿Y qué?
-No, nada, lo que quería decir es que... ¿te marchas?
-Sí.
-¿A dónde vas?
-¿Y tú?
-Yo a ninguna parte. No me marcho.
-¿Y qué estás haciendo aquí?
-He venido a recoger a alguien.
-¿A quién?
-A ti.
/ Tenías que verla, Andersson, qué belleza... Tenía una sola maleta, apoyada en el suelo, y en la mano un paquete que mantenía aferrado, que no abandonaba nunca, aquel día no lo abandonó ni un momento. No quería marcharse de allí, quería subir a aquel barco, y entonces yo le pregunté «¿Volverás?» y ella contestó «No». Y yo dije «Entonces no creo que te convenga marcharte de verdad», así se lo dije. «Y ¿por qué?» Me preguntó: «Y ¿por qué?» /
-Porque ¿cómo te las vas a arreglar para vivir conmigo?
/ Y entonces ella se rió, era la primera vez que la veía reírse, y tú sabes bien, Andersson, cómo es Jun cuando se ríe, no es que uno pueda quedarse ahí y hacer como si no hubiera pasado nada, si está Jun delante riéndose, está claro que uno acaba por pensar si yo no beso a esta mujer me volveré loco. Y yo pensé: si no beso a esta chica me volveré loco. Obviamente no era eso exactamente lo que pensaba ella también, pero lo que es más importante es que se rió, te lo juro, ella estaba allí, en medio de toda aquella gente, aferrando su paquete entre los brazos y se rió /
Faltaban todavía dos horas para la salida del Adel. El señor Rail comunicó a Jun que si no iba a beber algo con él, se ataría una enorme piedra al cuello, se tiraría al agua del puerto, y la enorme piedra, al hundirse en el agua, desgarraría la quilla del Adel, que se hundiría chocando contra el barco de al lado, el cual, al tener la bodega llena de pólvora, estallaría con un terrorífico fragor levantando llamaradas de una altura de diez metros que en poco tiempo...
-Vale, vale, antes de que se queme el pueblo entero vayamos a beber algo, ¿de acuerdo?
Él cogió la maleta, ella siguió aferrando su paquete. La taberna estaba a un centenar de metros de allí. Se llamaba Señor Dios. No era un nombre de taberna.
El señor Rail tenía dos horas de tiempo, tal vez menos. Sabía adónde quería llegar, pero no sabía por dónde empezar. Lo salvó una frase que un día le había dicho Andersson, y que durante años había estado ahí, esperando su momento. Había llegado su momento. «Y si ves que ya no hay absolutamente nada que hacer, entonces empieza a hablarle del cristal. Las historias que te he contado yo. Verás cómo caen. Ninguna mujer puede resistirse de verdad a historias como ésas.»
/ Yo jamás he dicho una estupidez semejante, Pues claro que lo dijiste, Imposible, Lo que te falla es la memoria, querido Andersson, Lo que a ti no te falla es la fantasía, querido señor Rail /
Durante dos horas el señor Rail le habló a Jun del cristal. Se lo inventó casi todo. Pero algunas cosas eran verdaderas. Y bellísimas. Jun escuchaba. Como si le estuvieran hablando de la luna. Después entró un hombre en la taberna y gritó que el Adel estaba a punto de zarpar. Gente que se levanta, voces lanzadas de un sitio a otro, ondear de paquetes y de equipajes, niños que lloran. Jun se levanta. Coge sus cosas, se da la vuelta y se dirige hacia la puerta. El señor Rail deja dinero sobre la mesa y corre detrás de ella. Jun camina deprisa hacia el barco. El señor Rail corre detrás de ella y piensa Una frase, tengo a toda costa que encontrar la frase adecuada. Pero es ella la que la encuentra. Se detiene de golpe. Deja la maleta en el suelo, se vuelve hacia el señor Rail y susurra
-¿Tienes más historias de ésas?... historias como la del cristal.
-Montones.
-¿Tienes una tan larga como una noche?
/ Y así no se subió a aquel barco. Y nos quedamos los dos allí, en Morivar. Faltaban siete días para que zarpara otro barco. Pasaron deprisa. Y después pasaron otros siete. El barco esta vez se llamaba Esther. Jun quería subir a toda costa. Decía que no tenía más remedio que subir. Era por aquel paquete, ¿comprendes? Decía que tenía que llevarlo allá, ni siquiera sé dónde quedaba ese allá, nunca me lo dijo. Pero era allá adonde tenía que llevarlo. A alguien, creo. Nunca quiso decirme a quién. Ya sé que es una historia extraña, pero es así. Allá hay alguien y un día Jun se presentará ante él y le dejará el paquete en las manos. En aquellos días en los que estuvimos en Morivar, una vez dejó que lo viera. Abrí el papel y dentro había un libro, todo escrito con una caligrafía pequeñísima, encuadernado en azul. Un libro, ¿comprendes? Solamente un libro /
-¿Lo has escrito tú?
-No.
-¿Y qué dice?
-No lo sé.
-¿No lo has leído?
-No.
-¿Y por qué?
-Algún día tal vez lo lea. Pero antes tengo que llevarlo allá.
/ Santo Dios, Andersson, yo no sé cómo hay que comportarse en la vida, pero ella ese libro tiene que llevarlo allá y yo... yo conseguí que no subiera a aquel barco que se llamaba Esther, yo conseguí traerla aquí, y cada semana hay un barco que parte sin ella, hace ya muchos años. Pero no conseguiré retenerla aquí para siempre, se lo he prometido, un día se levantará, cogerá su maldito libro y se volverá a Morivar; y yo dejaré que se vaya. Se lo prometí. No pongas esa cara, Andersson, ya sé que parece algo absurdo, pero es así. Antes que yo llegó ese libro a su vida, y no puedo hacer nada. Está ahí, a mitad del camino, ese maldito libro, y no podrá quedarse ahí para siempre. Un día reemprenderá su camino. Y Jun es ese viaje. ¿Lo comprendes? Todo lo demás, Quinnipak, esta casa, el cristal, tú, Mormy y hasta yo, todo lo demás no es otra cosa que una gran parada imprevista. Milagrosamente, desde hace años, su destino contiene el aliento. Pero un día volverá a respirar. Y ella se marchará. Ni siquiera es tan horrible como parece. ¿Sabes?, de vez en cuando pienso... tal vez Jun sea así de hermosa porque lleva encima su destino, límpido y sencillo. Debe de ser una cosa que te hace especial. Ella la tiene. De aquel día en el muelle de Morivar, yo no olvidaré jamás dos cosas: sus labios y cómo aferraba aquel paquete. Ahora sé que estaba aferrando su destino. No lo abandonará sólo porque me ama. Y no se lo robaré sólo porque la amo. Se lo prometí. Es un secreto y no se lo debes decir a nadie. Pero es así /
-¿Dejarás que me vaya, ese día?
-Sí.
-¿De verdad, señor Rail?
-De verdad.
-¿Y hasta entonces no hablaremos nunca más de esta historia, nunca, nunca?
-No, si no quieres.
-Entonces llévame a vivir contigo, te lo ruego.
Por eso un día, desde Morivar, llegó el señor Rail, y junto a él estaba una muchacha tan hermosa como no se había visto nunca en Quinnipak. Por eso se amaron, los dos, de aquella manera extravagante, que al verla parecía imposible, y que sin embargo era hermosa sólo con que se pudiera aprender... Y por eso durante días y días, treinta y dos años después, el señor Rail fingió no ver los minúsculos preparativos que se desprendían de los gestos de Jun, hasta que ya no pudo resistir más y después de haber apagado la lámpara, aquella noche, dejó pasar unos instantes, luego cerró los ojos y en lugar de decir
-Buenas noches
dijo
-¿Cuándo te marchas?
-Mañana.
Suceden cosas que son como preguntas. Pasa un minuto, o tal vez años, y después la vida responde. Fueron treinta y dos los años que pasaron antes de que Jun volviera a coger su maleta, aferrara contra el pecho su paquete y saliera por la puerta de la casa del señor Rail. Por la mañana temprano. El aire húmedo a causa de la noche. Pocos ruidos. Nadie a la vista. Jun baja por el sendero que lleva a la carretera. La está esperando la calesa de Arold. Pasa todos los días por allí. No le importa hacerlo un poco más temprano de lo habitual ese día. Gracias, Arold. No hay de qué. La calesa parte. Devora la carretera poco a poco. No se volverá atrás. Alguien se acaba de despertar. La ve pasar.
Es Jun.
Es Jun que se marcha.
En la mano lleva un libro que se la está llevando lejos.
(Adiós, Dann. Adiós, pequeño señor Rail, que me has enseñado la vida. Tú tenías razón: no estamos muertos. No es posible morir cerca de ti. Hasta Mormy esperó a que estuvieras lejos para hacerlo. Ahora soy yo quien se va lejos. Y no estaré cerca de ti cuando muera. Adiós, mi pequeño señor, que soñabas con trenes y sabías dónde estaba el infinito. Todo aquello que existía, yo lo he visto al mirarte a ti. Y he estado en todas partes estando contigo. Es algo que no seré capaz de explicar nunca a nadie. Pero es así. Me lo llevaré conmigo y será mi secreto más hermoso. Adiós, Dann. No pienses nunca en mí si no es riendo. Adiós.)

1 comentario:

  1. ..."Addio, Dann. Non pensarmi mai, se non ridendo. Addio."... ¡Cómo disfruto de este libro!

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