jueves, 29 de diciembre de 2011

Fragmento . El tunel - Ernesto Sabato

Fué una espera interminable. No sé cuanto tiempo pasó en los relojes, de ese tiempo anónimo y universal de los relojes, que es ajeno a nuestros sentimientos, a nuestros destinos, a la formación o al derrumbe de un amor, a la espera de una muerte. Pero de mi propio tiempo fué una cantidad inmensa y complicada, lleno de cosas y vueltas atrás, un río oscuro y tumultuoso a veces, y a veces extrañamente calmo y casi mar inmóvil y perpetuo donde María y yo estábamos frente a frente contemplándonos estáticamente, y otras veces volvía a ser río y nos arrastraba como en un sueño a tiempos de infancia y yo la veía correr desenfrenadamente en su caballo, con los cabellos al viento y los ojos alucinados, y yo me veía en mi pueblo del sur, en mi pieza de enfermo, con la cara pegada al vidrio de la ventana, mirando la nieve con ojos también alucinados.

Fragmento - Todo tiene su tiempo . Blanca Riestra

(...)No sé cuánto tiempo pasé así, durmiendo en la calle, alternando los cajeros automáticos - sublime el confort de los cajeros . y de las bocas de metro, envuelto en hojas de periódico, y aceptando las sobras de los restaurantes del centro.

Creo qeu aquel fue mi primer descubrimiento del placer aunténtico, ese que deriva de la comprensión perfecta de la materialidad del mundo. Para el mendigo cada día está repleto de riquezas, redondas, irreprimibles, monedas perfectas y panecillos tiernos, olores de comida y excrementos frescos, calidez de cajas de cartón o de noches estrelladas. Las rutina es siempre majestuosa, pero la rutina de un mendigo es ambrosía. Además, a mi siempre me había gustado el polvo de la calle, el hálito de la basura fresca, el leve perfume de la putrefacción de los contenedores de los domingos.

El primer día es siempre el más duro. Existe como un umbral de hielo que separa a un hombre decente de su doble desposeido. Pero una vez que uno da el paso y deja atrás la placenta horrorosa, todo sucede con facilidad.(...)

¿Por qué resulta tan tranquilizador y atenazante al mismo tiempo vivir del aire, vivir sin pensar más que en el instante presente, en la comida venidera, contemplar por primera vez y para siempre el mundo de manera completamente pura?

Y sin embargo no todo es simplicidad, contemplación, inmaculada inmediatez. (...)

(...)Queremos ignorar lo irremediable. Tomamos decisiones, emprendemos caídas o ascensos fulgurantes que creemos planificados, producto de nuestra razón, de nuestra sinrazón, de nuestro deseo. Pero las cosas tienen una vida propia, siguen siempre su curso caprichoso, a pesar de nosotros mismos. Es como si nuestro destino se fraguase en otro sitio. Nos afanamos inútilmente en rechazar todas nuestras posibles vidas, creemos tenerlo todo ya atado o bien atado, pero a veces lo que ni nos atrevemos a imaginar se nos cae encima y nos arrolla. Lo aceptamos.

Pero el sentido, porque existe un sentido, se nos escapa por completo. (…) Me resisto a creer que todo sea arbitrario. Todo acontecer está regido por una necesidad de equilibrio que se nos escapa.(...)

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Fragmento - El arte de conducir bajo la lluvia. Garth Stein

Capítulo 13

Esas siniestras criaturas se posan en los cables de la electricidad y en los techos y lo miran todo. Su graznido tiene algo oscuro, burlón. Saben siempre dónde te encuentras, estés dentro o fuera de la casa. Estas primas pequeñas del cuervo están llenas de ira y resentimiento. Las amarga que sus genes las hagan parecer enanas en comparación con sus parientes. Se dice que el cuervo ocupa el peldaño inmediatamente superior al del hombre en la escala evolutiva. Al fin y al cabo, según las leyendas de los nativos de la costa noroeste, el cuervo creó al hombre. (Y es interesante notar que la deidad equivalente en el folclore de los indios de las llanuras es el coyote, que es un perro. De modo que, me parece, cuervos y perros ocupamos el lugar más alto de la cadena alimentaria espiritual). Y si el cuervo creó al hombre, y la corneja es prima del cuervo, ¿cuál es el lugar de la corneja?
El lugar de la corneja es la basura. Muy inteligentes, ladinas, lo que mejor hacen es aplicar su maligno geniecillo a destapar cubos de desperdicios o abrir con sus picos cualquier cosa que albergue alimentos. Son escoria, seres que andan en bandadas. Al verlas, dan ganas de matarlas.
Nunca persigo a las cornejas. Si lo intentas, se alejan dando saltitos, provocándote para que te embarques en una persecución de la que saldrás lastimado. Procuran dejarte en situación apurada y lejos, para poder hacer lo que quieren con la basura. Es verdad. A veces, cuando tengo pesadillas, sueño con cornejas. En bandadas. Atacando sin piedad, haciéndome pedazos. Es lo peor.
Cuando acabábamos de mudarnos a nuestra casa ocurrió algo con las cornejas; por eso sé que me odian. Tener enemigos es malo. Denny siempre juntaba mis deyecciones en bolsas verdes biodegradables. Es parte del precio que las personas deben pagar por su necesidad de supervisar tan de cerca a sus perros. Deben retirar excrementos de la hierba con una bolsa de plástico vuelta del revés. Deben cogerlos con los dedos y manipularlos. Aun cuando hay una barrera plástica por medio, no les agrada hacerlo, porque los deben oler y su sentido del olfato carece de la sofisticación necesaria para discernir la sutileza de los distintos niveles de un aroma y sus diversos significados.
Denny iba juntando las pequeñas bolsas llenas de mierda en una gran bolsa de compras de plástico. De tanto en tanto, se deshacía de ésta dejándola en el cubo de residuos del aparcamiento que había calle arriba. Tal vez lo hiciera porque no quería contaminar el suyo con mis heces. No sé.
A las cornejas, que se enorgullecen de ser primas de los cuervos y, por lo tanto, muy inteligentes, les encanta depredar bolsas de compras. Y muchas veces atacaban alguna que se quedaba en el porche cuando Denny o Eve compraban muchas cosas y las iban metiendo en la casa poco a poco. Son muy veloces, y un instante les basta para robar unos bizcochos o alguna otra cosa y huir.
En una ocasión, cuando yo era joven, las cornejas divisaron a Eve, que traía unas compras, y se apiñaron en un árbol ubicado en la linde misma de la propiedad. Eran muchísimas. Se mantenían en silencio, pues no querían llamar la atención, pero yo las había visto. Tras aparcar en el caminillo de entrada, Eve hizo varios viajes, llevando bolsas del coche al porche y de ahí a la casa. Las cornejas miraban. Se dieron cuenta de que Eve se había dejado una bolsa fuera.
Bueno. Son astutas, lo reconozco, porque no actuaron de inmediato. Miraron y esperaron hasta que Eve fue al piso superior, se desvistió y se metió en la bañera, como hacía a veces por las tardes, cuando se tomaba un día libre. Observaron hasta cerciorarse de que la puerta acristalada de la cocina estaba cerrada, de modo que no pudieran entrar asesinos ni violadores, ni yo pudiese salir. Entonces, se pusieron en acción.
Unas cuantas volaron hasta la bolsa y se pusieron a hurgarla con sus picos. Una se acercó a la puerta acristalada para provocarme y hacerme ladrar. Por lo general, me hubiese resistido, sólo por no darles el gusto, pero, como sabía qué estaban haciendo, ladré unas pocas veces, sólo las suficientes como para que pareciera que lo hacía en serio. No se alejaron. Querían burlarse de mí, que viera, sin poder hacer nada, cómo disfrutaban de los contenidos de la bolsa. Así que toda la bandada acudió al patio. Bailoteaban en círculos, me hacían muecas, aleteaban y llamaban a sus amigas. Desgarraron la bolsa de plástico y sepultaron sus picos en ella para comer toda la maravillosa comida, los deliciosos bocados que contenía. Las estúpidas aves comían; se llenaban el pico y tragaban, felices. Hasta que se dieron cuenta de que se estaban atiborrando con mi mierda.
¡Mi mierda!
¡Oh, las caras que pusieron! ¡El silencio atónito que se produjo! Cómo menearon las cabezas, cómo fueron todas a la fuente del vecino del otro lado de la calle a lavarse los picos.
Después regresaron. Limpias y furiosas. Cientos de ellas, miles, tal vez. Se plantaron en el porche y el terreno traseros. Había tantas que parecían una inmensa capa de brea y plumas. Fijaban en mí sus ojitos brillantes, como diciendo: «Sal, perrito, y verás cómo te arrancamos los ojos».
No salí. Y no tardaron en marcharse. Pero cuando Denny regresó del trabajo ese día, le echó un vistazo al jardín. Eve preparaba la cena y Zoë, que aún era pequeña, estaba sentada en su trona. Denny miró fuera y preguntó:
—¿Por qué hay tanta caca de pájaro en el porche?
Yo lo sabía. Si me hubiesen dado un ordenador como el de Stephen Hawking se lo hubiese dicho.
Salió, tomó la manguera y limpió el porche. Y recogió las bolsas de mierda rotas, desconcertado, aunque no dijo nada. Los árboles y los cables de teléfono estaban cubiertos de cornejas. Todas miraban. Yo no salí. Y cuando Denny quiso jugar a tirar la pelota, fingí que me sentía mal y me tumbé a dormir.
Fue divertido ver a todas esas estúpidas aves que se creen tan astutas con los picos llenos de mierda de perro. Pero, como ocurre con todo, hubo repercusiones. Desde entonces, mis pesadillas siempre están llenas de cornejas furiosas.
En bandadas.